Se fue septiembre y con ello comienza el último trimestre de este 2022 pre-electoral. Fue un mes muy complicado en materia política, económica, sindical y social, con situaciones que vienen arrastrándose desde finales de agosto.
Sucedió de todo, pero al final no pasó nada en este noveno mes del año, marcado por momentos de alta tensión en el que experimentamos vaivenes de lo más asombrosos, como las acusaciones del oficialismo a la oposición de tener algún grado de involucramiento en el atentado contra Cristina Kirchner, la vinculación a la oposición del accionar de grupos extremistas y marginales a lo que en el Gobierno considera discurso de odio y la pretensión de regularlo, para terminar con la idea de un diálogo político forzado entre Mauricio Macri y la vicepresidente.
Y finalizamos el mes con más episodios: nuevos bríos en la pretensión de legislar el odio, la media sanción de un extraviado e inoportuno proyecto para aumentar el número de ministros de la Corte Suprema, colegios tomados, acampes frente a ministerios, las principales avenidas de la Ciudad de Buenos Aires intransitables por la insólita cantidad de manifestaciones y marchas que la mantienen sitiada a diario, la conflictividad gremial que mantuvo casi paralizado al país con promesa de una escalada, y el recrudecimiento del conflicto mapuche.
Fue un mes de podios y atriles exacerbados con el agravamiento de un panorama tenso y cambiante. Comenzamos con las réplicas tras el fallido atentado, la vuelta de las cadenas nacionales de victimización de Cristina, una innecesaria y papelonesca gira presidencial por los Estados Unidos, la resurrección de los controles de precios como método contra la inflación, y la vuelta de las encarnizadas internas tanto en la coalición gobernante como en la oposición.
Y en el trasfondo, un ajustazo en marcha que comenzará a sentirse a partir de los próximos días, ya que entrarán en vigor aumentos postergados, con la naturalización de una inflación fuera de control. El nuevo aumento de precios en combustibles es el primer golpe al bolsillo de este mes que comienza.
Al ser octubre un mes que contiene una fecha clave para el peronismo, y con la tensión creciente en el oficialismo, estamos en condiciones de augurar otro mes bastante alocado, que, seguramente, tendrá dos o más Día de la Lealtad. Prueba de ello es el fuerte rumor -bastante consistente- que corre sobre una eventual salida de “Juanchi” Zabaleta del Ministerio de Desarrollo Social por una disputa territorial que mantiene con La Campora en Hurlingham. No se sabe quién lo sucederá, pero seguramente será otro hombre, o mujer, que responda al Instituto Patria. Otro que está en la mira es Matías Tombolini, a quien le están exigiendo una inflexibilidad a lo Guillermo Moreno en el manejo de la Secretaría de Comercio.
Tensión en el oficialismo
En los últimos días, volvieron los escarceos entre las facciones oficialistas. Cristina Kirchner volvió al uso de Twitter para ponerle los puntos sobre las íes a Sergio Massa y cuestionar la distribución y las ganancias de las empresas, sin elogiarlo por la recaudación record de dólares que se logró gracias al fugaz “dólar soja”, un acierto que incompresiblemente se reúsan a extender en el tiempo, al tiempo que se reflotó la idea de un refuerzo de ingresos, y se desenterró la idea del Impuesto a la Renta Extraordinaria.
El viceministro de Economía, Gabriel Rubinstein, levantó el guante y contestó, con mucha altura y en buenos términos, a la catarata de tuits de la vicepresidente aclarándole que lo que está pasando con los precios es producto del desorden cambiario, de las altísimas brechas y de los incomprensibles cupos de importación y exportación, por los que a los empresarios no les queda otra que reacomodar precios para no fundirse. Prácticamente le dijo que la culpa es de la política, y principalmente suya. Es quizás la primera vez que un funcionario nacional dijo algo que tiene sentido.
El simbólico Presidente de la Nación, Alberto Fernández, dio un discurso extraviado y divorciado de la realidad, en el que volvió a asegurar que “la Argentina crece y está en pleno desarrollo”. Alguien debería marcarle a este entusiasta guitarrero que existe una gran diferencia entre crecimiento y desarrollo, y que, lejos de crecer, la Argentina sigue experimentando un rebote, bastante aletargado por las complicaciones de un esquema económico casi soviético. El Presidente imagina que este rebote, del cero -al que nos forzó con la pandemia- a los números actuales -que apenas representan recuperación- es indicador de crecimiento y desarrollo.
Si hay una noción dramáticamente opuesta a la de desarrollo es la del hambre. Cualquiera puede crecer, pero el desarrollo no es simplemente pasar de cero a uno. Desarrollo hay en Alemania, Canadá, Australia, Reino Unido. La Argentina sigue en el subdesarrollo. Puede haber crecimiento y hambre, puede haber recesión y hambre, pero de ninguna manera pueden coexistir hambre y desarrollo.
Los últimos números del INDEC revelaron que en la Argentina más de un 50% de la población vive por debajo de la línea de pobreza, que cada mes más gente pasa de la clase media a la pobre, y que entre los pobres hay escalofriantes índices de indigencia. Hay municipios, donde gobierna el peronismo desde la vuelta de la democracia, que no tienen cloacas ni agua potable. Hechos que llevan a preguntarnos: ¿de qué desarrollo habla este señor?
Hechos que seguramente motivaron al ex presidente de Brasil, Ignacio Lula da Silva, a decir las cosas como son: “El Presidente Fernández está estancado y el hambre en la Argentina es muy alto". Lula lo resumió bien, a pesar del ridículo acto de campaña con un muñeco que organizó Axel Kicillof en otro arranque de buena inversión del dinero de los contribuyentes.
Tensión gremial
Sí hubo una buena noticia esta semana se produjo sobre el final. Fue, sin dudas, la resolución del conflicto de los neumáticos que prácticamente casi paraliza al país. Después de casi cinco meses que nos dejaron al borde del desabastecimiento, el diferendo se resolvió de una manera algo sospechosa, dado el magro acuerdo alcanzado. Fue casi una paritaria común y corriente en comparación con la de los bancarios, que cerraron en casi un 100%.
Este desconcertante acuerdo nos deja con bastante incertidumbre sobre los días que sucederán, dado el escenario complicadísimo en materia sindical y social que están muy lejos de resolverse. Se viene una fuerte sindicalización y un escenario sumamente enrarecido para Sergio Massa. No hay dudas de que el sector trabajador tiene el derecho a exigir recomposiciones salariales frente el régimen inflacionario que los castiga y afecta, en algunos casos más que a las patronales o al Estado. Es una obviedad que la puja distributiva continuará acelerándose, pero también es indudable que cada aumento concedido -hoy el piso está por encima del 90%- se terminará reflejando en nuevos aumentos de precios, retroalimentando el círculo vicioso del régimen inflacionario argentino.
Por último, pero no menos importante, es alarmante la ausencia de un Estado Presente que se preocupa más por la escasez de figuritas o por cuántos monotributistas compraron pasajes para el Mundial de Qatar, que por los colegios tomados en CABA y las usurpaciones violentas, con ataques contra las fuerzas de seguridad, en las provincias donde recrudeció el conflicto mapuche. Es lo que sucede en un país en el que se resignó las potestades disciplinarias y represivas, donde no se garantiza ni el derecho a la educación, más allá de la claudicación de la defensa de la propiedad privada y la soberanía nacional.
Como vemos, la Argentina sigue esquivando el tema central, que es la inflación, que no figura ni en el lenguaje ni en las prioridades del Gobierno. El Estado Presente empecinado en obstaculizar la actividad económica y ahogar la iniciativa privada sigue ausente allí donde debería tener mayor presencia.