En un país tan particular como el nuestro se dan tan insólitos fenómenos que nos motivó, más de una vez, a describir en estas líneas a la agenda política como un reality show.

Uno de ellos es que a la clásica dicotomía entre Oficialismo y Oposición que se da en todos los lugares del mundo, se suma el entretenido internismo que se viven en ambas veredas de la grieta; aunque con mayor estridencia en el lado de la coalición gobernante. Y es por ello que, dentro del actual gobierno se produce una insólita puja entre las facciones que lo componen, si bien no se llega a vislumbrar quiénes encarnan el oficialismo y quiénes la oposición... en este caso las oposiciones; no queda claro, pero muchos lo sospechan acertadamente.
Uno quisiera creer que el oficialismo es el albertismo, con el presidente de la Nación a la cabeza y que el kirchnerismo, el massismo, y las otras fuerzas de gravedad que gobiernan este universo constituyen las oposiciones.
Pero, a lo largo de estos ya casi tres años para el olvido, hemos sido testigos de una formidable campaña de desgaste de la que fue víctima Alberto Fernández al punto de dejarlo reducido a un rol más bien simbólico y protocolar, que le hizo perder la centralidad. Renuncia tras renuncia, como si se tratara de una eliminación de nominados en un reality, vimos cómo se fue quedando cada vez más solo en la presidencia. Curiosamente, esta campaña que incluyó insólitos e inauditos destratos provino desde adentro. Ni la oposición más encarnizada de la historia se atrevió a tanto.
Así, Alberto Fernández tiene hoy, la imagen y la credibilidad tan afectadas que todo lo que hace le sale mal, aun lo poco que podría decirse que hizo o hace bien. Cualquier cosa que haga o diga se presta para el ridículo y se inundan las redes sociales con memes con el presidente como protagonista de las más mordaces críticas y burlas.
El reciente episodio del insólito enfrentamiento entre el Gobierno Nacional con uno de los participantes del resucitado Gran Hermano quedará como un capítulo más en el disparatado periplo de una presidencia que será recordada como la peor y más trágica de la historia argentina.
Y si bien muchos hoy se sorprenden por este inesperado giro en la trama, que involucra un enfrentamiento entre el presidente y a su vocera con Alfa, a algunos -quizás a muy pocos- nos queda la satisfacción de haber advertido sobre a su debido tiempo, allá por el 2019, sobre la posible inestabilidad emocional de un adulto -más allá del cargo de relevancia y responsabilidad que ocupa- que, sin siquiera sonrojarse, admitió en un encuentro internacional que tenía problemas con la figura de Bugs Bunny.

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Con este telón de fondo asistimos al espectáculo de un gobierno que se hace oposición a sí mismo mientras transitamos el último trimestre con una tendencia inflacionaria que ya nos ubica por encima de los tres dígitos, algo que parecía tan lejano e impensable hace apenas un año.
Según lo advertimos reiterada e insistentemente en estos análisis semanales, los modelos inflacionarios generan un círculo vicioso del cual es muy difícil salir. Y así, mientras el ministro de Economía se empeña en tratar de arreglar los descalabros de un sistema que implosiona, los obstáculos y otros palos en la rueda parecen surgir con mayor frecuencia y virulencia desde adentro de la coalición que del frente opositor propiamente dicho.
Una de las metas del nuevo titular de Hacienda era cerrar el 2023 con un déficit por debajo del 2,5% del PBI, algo que difícilmente se alcanzará en el actual contexto. Al pernicioso escepticismo frente a las leyes naturales de la economía que indican la directa proporcionalidad entre emisión e inflación, ahora se suma la creencia -casi una superstición- de que las negociaciones paritarias tampoco tienen dicha relación y efecto sobre el exponencial aumento del costo de vida. Sergio Massa y Cristina Kirchner buscaban, a través de un bono de suma única, frenar de alguna manera la puja paritaria.
Pero Alberto se juntó con una parte de la CGT y ahora los sindicatos rechazan cualquier ofrecimiento de este tipo. Pablo Moyano está negociando un aumento del orden del 130% -casi 40% por encima de los demás gremios- para los camioneros. Pero por ahí andan también la UOCRA, los empleados de comercio, y los bancarios, entre otros, empujando aumentos salariares por encima del 90% tratando de salvar el valor del salario frente al problema de la inflación. Es altamente improbable que se pueda llegar a fin de año con ése meta de déficit si nada se cerró como se pretendía.
Para empeorar el contexto, la senadora Juliana Di Tulio convocó a un plenario de comisiones en el Senado para dar tratamiento a uno de los tantos proyectos de ingreso básico universal que andan dando vueltas, si bien la convocatoria fue abortada quizás debido a que Sergio Massa y Fernanda Raverta anunciaron una especie de bono de $45.000 en dos cuotas para la indigencia.
Estamos presenciando los aprestos para el nuevo Plan Platita que parece inminente para el año electoral que se aproxima. De hecho, uno de las facciones de la CGT que no responde al albertismo, está tejiendo una alianza con las organizaciones sociales -los sindicatos de los desocupados- para mancomunar la lucha salarial y también para plantar bandera dentro de la coalición gobernante donde planean intervenir con protagonistas y candidatos propios.

Paralelamente al anuncio del bono para la indigencia, el ministerio de Economía anunció la reimplementación de créditos en cuotas, Ahora 30 y Ahora 42, para comprar televisores de 55 y 68 pulgadas, electrodomésticos y celulares de media y baja gama. Se trata de un engañapichanga para que la gente sienta que puede comprar algo mientras se evapora el salario con la inflación. Curiosamente se anunciaron más impuestos para celulares y televisores.
Pero mientras en los círculos sinodales del gobierno, como el Instituto Patria y similares, debaten sobre si los aumentos salariales atizan la hoguera de la inflación, o viceversa, o se ocupan de otras discusiones tan bizantinas como la del huevo y la gallina o de la cuadratura del círculo, Renault y Nissan tuvieron que parar la producción por falta de insumos. Todo indica que este problema se va a agravar porque el gobierno, a contrario de lo que indica el sentido común, ha decidido profundizar los controles y las trabas típicas del modelo kirchnerista que obstaculiza e interviene en toda actividad económica. Un total despropósito en un país donde el 90% de las importaciones son insumos necesarios para producir y para eventualmente exportar.
De todo lo ocurrido en la semana, lo único destacable como positivo es el milagro ocurrido en la discusión presupuestaria. Se incorporó en el Presupuesto, por acuerdo entre oficialismo y oposición, un artículo para que jueces y funcionarios del Poder Judicial paguen Ganancias. Por supuesto que los jueces y el sindicato de Judiciales se oponen. El impuesto sería aplicable con independencia de la fecha de nombramiento, algo que ya se había hecho en el 2017, cuando se dispuso que quedaban dentro de ese régimen tributario los nuevos jueces, fiscales y funcionarios nombrados con posterioridad a ese año; ahora se equipararía la cosa con los que fueron nombrados antes. Se espera mucha controversia y judicialización al respecto.