Hasta el más grande ídolo mundial del fútbol fue víctima de un gobierno que hace agua en su gestión. Esta vez le tocó a él. El retrato de un Estado que fracasó frente al poder de la droga y los policías corruptos.

Ni el astro del fútbol argentino, Lionel Messi, pudo escaparle a la guerra entre bandas de narcos que se disputan el territorio rosarino y que con él hicieron gala de un profesionalismo que no es habitual en ese reguero de balas y muertes, teniendo en cuenta que suelen actuar a cara descubierta y con métodos chapuceros.
En 2022, mataron a casi 300 personas en Rosario, y en lo que va de 2023, se registraron 64 asesinatos. Hubo tantos homicidios como días que transcurrieron del año: ya hubo un fallecido en cada jornada. Además, se registraron 225 heridos de arma de fuego y 69 de arma blanca, y más de 240 causas por abuso de arma.
Hasta el momento, febrero fue el mes más sangriento: 32 homicidios, 110 heridos de armas de fuego y 28 de arma blanca, y 140 abusos de armas. En tanto, en los primeros cinco días de marzo, hubo siete homicidios, 19 heridos de arma de fuego y seis de arma blanca, y más de 18 abusos de arma. Pero el drama de la violencia trepó hasta el extremo: el 90% de estos delitos se originan en las cárceles.
Tras el ataque al supermercado de la familia de su esposa, Antonela Roccuzo, ahora los investigadores federales analizan una hipótesis que agravaría el escenario: el episodio habría sido consecuencia de una disputa entre facciones de la misma policía santafesina vinculadas al narcotráfico.
La complicidad con los traficantes de drogas es un hecho bien conocido en Rosario. Pero desde la llegada de agentes de las fuerzas federales (sobre todo, de la Policía Federal y la Gendarmería) aumentaron los crímenes en la localidad santafesina.
Y aunque el foco hoy está puesto en Rosario, el narcotráfico se extiende por la Argentina con una presencia cada vez más vasta y profunda: desde la estación de Retiro en Capital Federal donde murió una mujer policía recientemente hasta el conurbano, Buenos Aires es disputado por el narcotráfico, al igual que otros distritos del país. Cada sitio donde el Estado perdió el monopolio de la fuerza es un lugar donde no existe la soberanía nacional.
El narcotráfico se extiende por la Argentina con una presencia cada vez más vasta y profunda.
La diferencia de Rosario con los demás puntos del país es que en esta ciudad se aposentó la narcoviolencia: narcotráfico más una criminal violencia sin precedente, una imagen que refleja que el Estado fracasó frente al poder de la droga y los policías corruptos y que el principal problema reside en un Estado incapaz de enfrentar el delito, que esta vez tomó como rehén a Messi.
Ningún presidente kirchnerista (ni Néstor ni Cristina Kirchner ni Alberto Fernández) tomó medidas eficientes para combatir el narcotráfico. Desde los comienzos del kirchnerismo, se instaló la idea de que este flagelo es una prioridad para otros países como los Estados Unidos, y no para la Argentina, pese a que el tráfico y el consumo de drogas ya están instalados en el país.
Con su mandato, el actual presidente desmanteló la política de lucha que había instaurado la administración de Macri. Hoy, el único funcionario kirchnerista que habla del narcotráfico es el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, peleado con el ministro de Seguridad nacional, Aníbal Fernández, y con el Presidente.
En Santa Fe, el gobernador Omar Perotti acaba de nombrar a un nuevo ministro a cargo de la cartera de Seguridad, que se suma a la lista de ministros que estuvieron en el puesto en estos más de tres años desde la asunción del mandatario provincial. El nuevo dirigente es Claudio Brilloni, un comandante retirado de la Gendarmería, quien lideró las tropas de esa fuerza en Rosario durante la gestión de Patricia Bullrich en el Ministerio de Seguridad nacional.
Teniendo en cuenta los insatisfactorios resultados de la gestión de Perotti en materia de seguridad, cauteloso, Brilloni declaró: “No tenemos ninguna hipótesis firme sobre el atentado al negocio de los Roccuzzo”.
Así, el flamante ministro aceptó que no necesariamente el narcotráfico podría haber sido el responsable de la balacera. En tanto, el gobierno nacional se columpió entre Aníbal Fernández con su resignado “ganó el narcotráfico” y Alberto Fernández con su modesto “algo más habrá que hacer”. Un símbolo de la impotencia y la fractura política.