Nos acercamos a la recta final de agosto en medio de un contexto económico con datos escalofriantes, confusión generalizada por la falta de señales concretas sobre el rumbo e incertidumbre que genera la poco clara implementación de la nuevas medidas.
A esto hay que sumar el cómico, incomprensible e indignante reality político en el que los protagonistas parecen más concentrados en las internas de las coaliciones y en lo que sucederá en el año electoral que, por momentos, a pesar de la distancia, aparece tan cercano.
Tras el aumento generalizado de los precios del 7,4% promedio en julio, de acuerdo a las primeras estimaciones de reconocidas consultoras, la inflación de agosto estará por encima del 6%, lo que confirma la tendencia de una inflación anual que superará las tres cifras.
En el único lugar que se percibe cierta sensación de estabilidad es en las cotizaciones de los distintos tipos de dólar que comienzan a consolidarse en lo que aparece como un nuevo piso que ronda los 300 pesos. La última semana el blue cerró en torno a 293, con una tendencia sensiblemente alcista, mientras que el contado con liquidación (CCL) pegó un salto de 9 pesos, culminando cerca de los 300.
El Banco Central sigue perdiendo reservas a un ritmo de más de 100 millones de dólares diarios para pisar el precio del paralelo. Así va a ser muy difícil reducir la brecha cambiaria que, otra vez, está por encima del 120%. El Riesgo País parece haber encontrado nuevo piso en marcas por encima de los 2400 puntos.
Se dieron a conocer datos preocupantes sobre la deuda pública. Solo los intereses de las LELIQs superan los 400.000 millones de pesos por mes. El presupuesto que consumen los intereses de estas letras, efecto conocido como Déficit Cuasifiscal, supera al presupuesto de las jubilaciones.
Para hacer frente a esta monstruosidad, de casi 5 billones de pesos al año, el Tesoro anunció que elevará las tasas de interés, llegando a pagar más que el Banco Central; lo que implicará una doble emisión para sostener la locura de un déficit fiscal fuera de control y los intereses de una deuda, en pesos, pero indexada.
Menos mal que decían que endeudarse en pesos era mejor… hoy el Fondo Monetario Internacional (FMI) presta mucho menos. Y menos mal que Alberto Fernandez, en la campaña del 2019, dijo que iba a dejar de pagar intereses de las LELIQs para aumentar las jubilaciones un 20%. Todavía siguen esperando los abuelos.
Sin un plan concreto
En el Council de las Américas, Sergio Massa pronunció nuevamente expresiones de deseo. En medio de esas señales de humo, ratificó el cepo cambiario con una advertencia a aquellos que sobrefacturan importaciones o usan mecanismos de triangulación para “tratar de robarle dólares al Banco Central” y la promesa de darle todos los dólares que necesiten “a quienes producen, cuidan la salud e importan servicios o tecnología, para garantizar el crecimiento y el desarrollo de la Argentina”. Palabras más palabras menos, sigue vigente el siniestro esquema de expropiación de los dólares de las exportaciones y el reparto arbitrario de los mismos.
Hasta que no se vea una especie de rumbo, y un liderazgo de Massa sobre él, nadie va a tomar decisiones significativas, sino que va a esperar mayor claridad y previsibilidad.
En la misma sintonía, el secretario de Comercio, Matías Tombolini sigue tarareando la misma melodía de convocar a empresarios para discutir algún tipo de congelamiento, como si los reiterados intentos de controles de precios hubieran demostrado, de manera sustentable en el tiempo, algún resultado positivo en el pasado como medida anti-inflacionaria.
De manera que, Massa y su entorno siguen ratificando políticas fracasadas y presentando ideas e iniciativas a cuentagotas, y todo indica que seguimos sin un plan concreto. El sector económico, lógicamente, va a esperar a que termine de presentarlas. Hasta que no se vea una especie de rumbo, y un liderazgo de Massa sobre él, nadie va a tomar decisiones significativas, sino que va a esperar mayor claridad y previsibilidad.
Conflictividad social
Frente a este panorama, en un país que tiene más conflictividad que otras naciones, está algo caldeado el ambiente sindical y el de los movimientos sociales. Por un lado, algunos exigen reapertura de paritarias libres, otros se plegaron al proyecto del cristinismo de otorgar una suma tentativa de 70.000 pesos en dos cuotas, mientras que el Gobierno parece inclinarse hacia una solución intermedia que contemple ambas posibilidades.
Esta grieta sindical se pudo apreciar en la marcha en la que confluyeron más de 100.000 personas, de distintas convocatorias y líneas de pensamiento. Hubo exigencias al Gobierno, algunos lo defendieron, aunque todos coincidieron en las críticas a los formadores de precios, que hoy son señalados como los responsables de la inflación. Los movimientos sociales simplemente se plegaron para exigir más fondos. Cuando gobernaba Mauricio Macri el culpable era el Presidente.
Las señales desde la política tampoco son muy esperanzadoras. Alberto Fernández no se resigna a perder protagonismo, reducido al rol de maestro de ceremonias en inauguraciones o actos protocolares cuando no está oficiando de mayordomo de la Quinta de Olivos y la Casa Rosada. Y en ello, a veces comete algún mamarracho diplomático que solo puede ser igualado, pero nunca superado, por los que cometieron en los últimos tiempos embajadores militantes como Sabino Vaca Narvaja, Oscar Laborde o Rafael Bielsa.
Esta vez, en su calidad de presidente pro tempore de la CELAC, en el cierre del seminario internacional “El futuro de la integración: Unidad en la Diversidad”, que tuvo lugar en el Centro Cultural Kirchner, volvió a asumir la defensa de Cuba y Venezuela -a pesar del reciente destrato que sufrió de parte de referentes del chavismo por el avión venezolano-iraní retenido en Ezeiza por disposición de la Justicia-, y criticó el “imperdonable” bloqueo que según su visión geopolítica sufren estos dos regímenes.
Tímidos llamados al diálogo
Tanto en el oficialismo como en la oposición suenan tímidamente llamados al diálogo para acordar alguna especie de rumbo. Con algo más de resonancia lo pidió Horacio Rodríguez Larreta, quien pidió conformar un gobierno de coalición, mientras que Sergio Massa hizo lo propio al convocar a la oposición al diálogo, aunque sin temario, instándola a “no tener miedo ni vergüenza”.
Donde seguramente no habrá ni miedo ni vergüenza será en la cámara de Diputados, que se apresta para debatir el nuevo Pacto Fiscal, que permitirá a los gobernadores cobrar más impuestos. A este llamado al diálogo se sumó el embajador norteamericano Marc Stanley, quien sugirió no esperar hasta 2023 para articular una mayoría.
El tema es que las coaliciones ya existen. Son la coalición gobernante y la coalición opositora. Lo que Argentina necesita no es una nueva coalición, sino un acuerdo político entre coaliciones, algo que difícilmente ocurrirá si dentro de las propias coaliciones tampoco hay acuerdos entre los líderes de los sectores que las conforman.
De nada sirve la vocación al diálogo que expresan si dentro de la coalición gobernante Cristina Kirchner le dice “no” al diálogo que propone el ministro de Economía, o si dentro de la coalición opositora Mauricio Macri le dice “no” al diálogo al que convoca el jefe de gobierno porteño, porque no parece haber consenso entre las fuerzas que conforman las coaliciones. Los principales enemigos o adversarios de los líderes están adentro y no afuera o en frente. Ahí parece radicar parte del problema.