Promedia el primer mes del año electoral y, tal como lo anticipamos, la tensa agenda pública argentina augura un febrero de mucha intensidad como antesala de los plazos previos a cumplir para las elecciones. Un Gobierno que busca desesperadamente tapar los fracasos económicos con spots publicitarios y un circo mediático judicial

En la faz económica de nuestro análisis semanal el panorama indica que la Argentina sigue con la economía paralizada por los mismos problemas de siempre: la devaluación permanente, la inflación como base de la política económica en unos niveles altísimos, los controles de precios, a lo que se suman los cepos cambiarios y a las exportaciones.
Un plan sistemático de obstaculización que no ha cambiado ni hay perspectivas de que cambie en lo inmediato. Pareciera que tampoco hay mucho interés en revertir la situación. El modelo inflacionario permitió a los gobiernos aumentar la recaudación, pagar sueldos cuyo poder adquisitivo se va evaporando, aumentar la base de planes sociales y, de esta manera, se va asegurando una clientela dependiente a la vez que se va implementando un ajuste permanente.
En este marco, es ineludible el dato de la inflación que se ha conocido en días pasados. Argentina cerró el 2022 con la cuarta inflación más alta del mundo, solo superada por Venezuela, Zimbabue y Líbano, asunto que culminó en otro insólito festejo del Gobierno que atribuye el hecho de que no se haya llegado a las temidas tres cifras a una suerte de mérito de Sergio Massa... una “epopeya”, según el criterio de la portavoz presidencial, Gabriela Cerruti.

Para los economistas, no llegamos a los tres dígitos de inflación porque la sequía derrumbó el precio de la carne, y porque hay un control de precios que pauta subas del 4% para una cantidad de productos en el programa Precios Justos. Y por supuesto que a ello hay que sumar algún redondeo conveniente en el organismo encargado de las mediciones. El objetivo era no superar el 100% de inflación anual, pero tampoco es que 94,8% haya pegado en el palo.
La carne ocupa un lugar muy importante en la dieta argentina y, a consecuencia de la sequía cerró un año con un aumento acumulado anual del 42%, es decir, casi la mitad del casi 95% de inflación anual que midió el INDEC. La sequía hace que los productores de carne tengan que vender su hacienda rápidamente y por ello aumenta la oferta que, lógicamente, hace que el precio baje. Tanto influye el precio de la carne en el índice de inflación que durante uno de los gobiernos militares se llegó a diseñar un índice de precios "descarnado", es decir sin tener en cuenta la evolución del precio de este alimento.
La Argentina tuvo en diciembre una inflación del 5,1%, cerró el año en 94,8%, como consecuencia de la caída brutal del precio de la carne, de manera que el mérito es más de la sequía que de los controles de precios que en algún momento van a estallar, tal como está registrado a lo largo de la Historia de la Humanidad.
Es insólito, y hasta trágicamente cómico, que se festejen estos guarismos. Durante la gestión de Alberto Fernández, en solo tres años, la inflación interanual acumuló un 300% de crecimiento. Según este gráfico, desde la caída de Fernando De La Rúa en el 2001, la Argentina parece haber incorporado a la inflación como base de su política económica. Tal es así que durante la gestión de Eduardo Duhalde la inflación alcanzó un pico que rompió la barrera del 40% con la devaluación. Luego se registró una pronunciada baja inicial durante la gestión de Néstor Kirchner; pero desde el 12% prácticamente se duplicó hacia el término de ese mandato. Bajo el gobierno de Cristina Kirchner comenzó un proceso de crecimiento sostenido de la tasa inflacionaria. Si bien este período terminó prácticamente donde comenzó, no hay que olvidar que en estos tiempos el INDEC estaba intervenido y los números que se publicaban no eran confiables. De hecho Argentina fue sancionada por la manipulación de las estadísticas. Durante la administración de Mauricio Macri se mantuvo la misma metodología. Un bajón inicial en el segundo año y luego un salto que rompió la marca del 50% anual. Ya en la gestión del Alberto Fernández, que aún no termina mandato, la inflación se disparó prácticamente al doble del peor momento de Macri, rompiendo el récord del peor momento de Carlos Menem que había heredado la hiperinflación de Raúl Alfonsín.

Como se puede apreciar, hay un patrón ascendente en la curva en todos los gobiernos desde el 2001 hasta acá. El objetivo para este año que se impuso el gobierno es bajar la inflación al 60%, si es que tenemos en cuenta la proyección del Presupuesto, y el acuerdo sobre paritarias 2023 que pactaron algunos gremios de la CGT con el titular de Hacienda. Pero los principales analistas no creen que sea posible. Las estimaciones más generosas proyectan para este año una inflación en el mismo rango que la del año que pasó. Veremos por qué.
En este contexto sube la cotización de dólar. En realidad no es que el dólar suba sino que el peso baja. En estas primeras semanas del año se ha registrado un alza sostenida en una seguidilla de consecutivas subas. Es que el precio que se trata de mantener planchado mediantes intervenciones del Banco Central en algún momento se sincera. Con una inflación promedio de entre el 5 y 6% mensual, para evitar un sinceramiento de golpe, parece que se ha dispuesto una devaluación en cuotas. Eso no va a cambiar.
La Argentina sigue sufriendo los efectos de la peor sequía de los últimos 60 años, según las funestas estimaciones plasmadas en los informes de las Bolsas de Cereales y Cámaras de Comercio. Se perdió el 25% de la cosecha de soja prevista, con perspectivas de que las pérdidas empeoren si se mantiene la falta de precipitaciones. Circularon terribles imágenes de los campos desertificados y de la mortandad de la hacienda como para tomar conciencia de la dimensión de la catástrofe. Eso no depende de la voluntad del hombre, pero las perspectivas son pesimistas y sombrías.
Como decíamos, esto es lo que hace que los productores de deshagan rápidamente del ganado, lo que contribuye a la baja de precios en el rubro que le salvó la ropa al Gobierno. Y es uno de los datos que respaldan los pronósticos que ponen en duda el Gobierno logre revertir la inflación para el 2023, porque por más dólar soja que se implemente, las liquidaciones de cosecha no serán ni siquiera como las del año que se fue.

De manera que, difícilmente se logre bajar la inflación, de mantenerse esas constantes o factores en la ecuación.
Como dato de color, comenzó a circular la versión de que se vienen los billetes de $5.000, algo que debería haber ocurrido hace ya mucho tiempo. El billete de más alta denominación actual ya vale menos de U$D 3. Como vamos, más temprano que tarde llegará a valer U$D 2, y en algún momento U$D1. Producir un billete de $5.000 o de $10.000 cuesta lo mismo que producir uno de $1.000, solo que el negacionismo, más bien el terraplanismo económico, que ha caracterizado sobre todo al kirchnerismo ha impedido que se tome una medida de sentido común que ayude, al menos, en lo que es transporte de caudales. Al parecer en el Gobierno cunde una especie de superstición de que la gente es más feliz si está en posesión de más billetes, aunque no valgan nada. Pero esto no es otra cosa que la presunción de que la gente es estúpida. La gente, en todo caso, despierta de esta fantasía, o se desengaña, cuando va al supermercado o al almacén.
Pasando a la faz política de nuestro análisis, cabe destacar el envío del paquete de proyectos a ser tratado en sesiones extraordinarias en el contexto del enfrentamiento con la Corte.
Es una costumbre que en las extraordinarias se tratan iniciativas del Poder Ejecutivo, mientras que en las ordinarias se tratan los proyectos de los diputados. En este paquete el Gobierno incluyó iniciativas propias del Poder Ejecutivo, de sumo interés personal para el presidente y la vicepresidente, que tienen que ver con el orden judicial en el contexto de una inaudita embestida presidencial contra el Poder Judicial: el juicio político a la Corte Suprema, la ampliación del Consejo de la Magistratura. Pero también incluyó proyectos que tienen que ver con la Salud, la Educación, la Ciencia y la Tecnología, que vienen del Poder Legislativo y que bien podrían tratarse, o haberse tratado, en sesiones ordinarias, y muchos son proyectos de diputados.

Es una especie de trampa para correr a la oposición, que había adelantado que no daría quorum para avalar la arremetida presidencial contra el Poder Judicial. Van a servir para que el oficialismo acuse a la oposición de estar "en contra de la Educación", o "en contra de la Salud", o “en contra de la Economía, de "no querer tratar temas fundamentales para la vida de los argentinos".
Por otro lado, el gobierno intenta seducir a la parte de la oposición con el tema universidades, donde uno de los principales socios del principal frente opositor viene ganando elección tras elección. El solo pensar que parte de la oposición facilitaría el juicio político a la Corte como consecuencia de sus fallos, que facilitaría la ampliación del número de jueces del máximo tribunal, y que contribuya en la destrucción del Consejo de la Magistratura, a cambio de cargos y más presupuesto para las universidades donde hicieron pie, sería el fin de la oposición.
Y aquí es donde Sergio Massa tiene una cita con el destino. El, y sus tres diputados que integran la Comisión de Juicio Político, tienen la clave para destrabar una inminente paralización del Congreso. Al ministro de Economía le haría muy bien, para reparar la poca credibilidad que tiene, el convertirse en el eje central en la resolución de la crisis institucional. Para evitar el circo mediático que el oficialismo quiere montar, sus tres diputados deberían votar en contra del proyecto de juicio político; no alcanza con solo obstaculizar. Todos sabemos de las aspiraciones presidenciales de Sergio Massa y esta es una oportunidad para diferenciarse del albertismo y del cristinismo de quienes es prácticamente rehén. No debería temer a que lo corran por traidor, pues ¿qué le haría una mancha más al tigrense?

Massa ya está enfrentado con Cristina Kirchner y con Alberto Fernández dentro de la sociedad que es el Frente de Todos. Si de verdad aspira a convertirse en una alternativa superadora, este es su momento. Tiene todo por ganar, y muy poco que perder.
La Argentina está al borde de un problema institucional muy dramático. En la región, bajo diversos procedimientos encaminados hacia la autocracia, están afectadas las instituciones en Perú, Brasil, Bolivia, y Argentina, según señaló el último informe de Human Rights Watch.
En el caso brasileño, con un intento de golpe de Estado de parte de los bolsonaristas. En el caso peruano con un presidente que quiso cerrar o disolver el Congreso. En Bolivia, el reciente secuestro del gobernador opositor de Santa Cruz, a plena luz del día por parte del Gobierno, suma a una lista de bochornosas actitudes antidemocráticas de Evo Morales. En Argentina, “se socava el Estado de Derecho” con la embestida presidencial contra el Poder Judicial.
Para finalizar este análisis de la realidad argentina, no podíamos dejar de referirnos al disparatado spot de campaña de Alberto Fernández. En él, el presidente supone que lo que le pasa a la Argentina es que “hay desánimo” y señala como responsable al ex presidente Mauricio Macri, quien hace pocos días dijo que Argentina, "claramente debe ser la sociedad más fracasada”.
No es arriesgado ni descabellado afirmar que la opinión pública, en general, coincide con el ex presidente. Macri pronunció un diagnóstico, una opinión, pero no porque sea un enemigo de la Argentina, como quiere dar a entender Fernández. Es un diagnóstico que está en boca de Doña Rosa o de Don José; es lo que se escucha en el almacén, en el transporte público o en la gomería.
Desopilantemente, el spot de Alberto Fernández exhibe a la Selección Argentina campeona de Qatar 2022 -que se negó a sacarse una foto con él-; a la reciente ganadora del Globo de Oro, Argentina 1985, a los premios Nobel -que irónicamente fueron defenestrados por el peronismo y en muchos casos se encontraron con el éxito fuera de nuestro país-, como si fueran logros propios, y señala que hay gente que "desanima" a los argentinos. Con tono épico, -epopéyico, diría Cerruti- afirma que ahora su misión es "animar" al país porque descubrió el verdadero propósito de quienes nos quieren desanimar, que son los mismos que quieren "adueñarse de la Patria".
No es más que una re-edición del argumento cristinista de hace algunos años por el que se culpa o responsabiliza a "los otros" por el propio fracaso. Pero bueno, habrá que estar atentos contra estos malvados que nos quieren robar la alegría de la heladera llena.