Como es costumbre en el promedio de cada mes anticipamos con cierta consternación los números de la inflación y, habituados al pesimismo, cuando los números resultan por debajo de los peores pronósticos nos invade ese inexplicable alivio con que en el gobierno parecen festejar las derrotas pírricas. Según publicó el INDEC, la inflación de septiembre fue de 6,2% y en la coalición gobernante celebran que no fue de 7% o superior.

Este es uno de los tantos síntomas que manifiesta la Argentina de hoy: insólitamente terminamos celebrando un índice inflacionario cada vez más alarmante que nos empuja a los 3 dígitos anuales. Las proyecciones para octubre vislumbran un 7%, y estamos a solo un punto de estar en condiciones de hablar de una inflación del orden del 2% semanal. Nada que celebrar.
Este cuadro no solo se traduce en esa permanente suba de precios que observamos en las góndolas, sino en la pérdida de referencia, certidumbre y previsibilidad, algo que complica desde la más trivial transacción hasta las contrataciones a plazos. Ni hablar de las negociaciones paritarias que, en la modalidad semestral, se han tornado prácticamente obsoletas por insuficientes.
Una de las consecuencias de este síndrome -conjunto de síntomas- es observable ostensiblemente en un fenómeno que se empezó a verificar con mayor frecuencia en la construcción, tanto en la obra pública como en las construcciones privadas, ya que últimamente se presupuestan y contratan en fracciones y etapas cada vez más cortas. Ni las empresas constructoras ni los proveedores de materiales se animan a hacer cotizaciones a largo plazo parta este tipo de contrataciones.
Esto nos lleva a considerar un interesantísimo fenómeno frente a esta dura realidad que nos toca vivir. De un lado de la grieta se pronuncian diagnósticos erróneos y se actúa en consecuencia agravando el cuadro de problemas. Del otro lado de la grieta, parecen tener lecturas más acertados y racionales, pero no actúan ya sea porque carecen de capacidad de acción o porque solo saben de palabras y redundancias.
Por ejemplo, sobre el cierre de la semana la vicepresidente volvió a pronunciarse sobre el rumbo de la economía, haciendo su propio y particular diagnóstico por el síntoma de la suba constante y permanente de precios. Como sabemos, para Cristina Kirchner y su entorno los precios suben porque habría una conspiración de una especie de cabal de empresarios que maliciosa y deliberadamente así lo disponen para perjudicar al gobierno nacional y popular y para apropiarse del salario de los trabajadores. Ahí está el diagnóstico equivocado. Como remedio planteó, una vez más, un congelamiento general de precios; la vuelta a Gelbard, a pesar de que reiteradamente la historia ha demostrado que este tratamiento nunca ha funcionado y que a la larga termina generando más problemas que los que provisoria y efímeramente parece arreglar.
En la vereda de enfrente, en el Coloquio de IDEA, se han escuchado disertaciones de políticos, economistas y hasta de algunos sindicalistas que expusieron diagnósticos más acertados y realistas, sugiriendo tratamientos más razonables o de mayor sentido común. Pero, lamentablemente muchos de estos expositores carecen de cualquier margen para poner estos tratamientos en práctica. Peor aún, muchos acostumbran a pasárselas hablando sin ninguna propensión a la acción.
¿Se alinearán algún día los planetas para que tengamos diagnósticos acertados, capacidad de acción y tratamientos adecuados? Hasta que eso no ocurra vamos a seguir padeciendo este síndrome con cada vez mayor agravamiento del cuadro, sobre todo si continuamos en este círculo vicioso de acciones equivocadas o inacciones correctas.

PARCHE O CURITA
En medio de estos dos mainstreams de lo que podríamos llamar “medicina económica”, tenemos el parche o curita que por estos días encarna el ministro Sergio Massa que tiene que mediar, no solo ante los organismos internacionales acreedores, sino que tiene que contener las hemorragias que comprometen desde adentro.
Sergio Massa empezó a enfrentar la misma resistencia y palos en la rueda que padecía en su momento Martín Guzmán. Por ejemplo, a pocas semanas de felicitarlo por el nombramiento a modo de bienvenida al gabinete, el "compañero" Andrés "Cuervo" Larroque se despachó inconcebiblemente en estos días al asegurar que "el acuerdo con el FMI estaba caído" mientras el ministro regresaba de una negociación ante el organismo internacional. A nadie escapa que estos dichos que poco o nada contribuyen tienen origen en el Instituto Patria por expresa instrucción de Cristina Kirchner. Por otro lado enfrenta la resistencia de un Alberto Fernández que todavía sueña, más bien delira, con la posibilidad de una reelección.
Es quizás por ello que el fugaz alivio para las reservas del Banco Central que significó el Dólar Soja no vuelva a reiterarse. Por un lado están los que se ubican en las antípodas de cualquier movimiento que tienda a sacar el enorme y pesado pie del Estado del cuello del Campo. Y por el otro están quienes apuestan al fracaso por temor a que el ministro de Economía se convierta en una alternativa de continuidad de la coalición oficialista en el 2023.
El Campo pide un nuevo Dólar Soja a $225 para liquidar otros 10 mil millones de dólares. Es insostenible el régimen de control de cambios con una brecha promedio del 100% entre Dólar Oficial y Blue que, cuando menos, parece una estafa por la que el gobierno se apropia de casi el 50% del precio final, no solo de la renta. Pero en el estado actual de cosas, en la última semana el BCRA volvió a la racha perdedora para pisar el precio del paralelo y se esfumaron casi 300 millones de dólares de los que se habían conseguido con este sistema promocional que, tanto el sentido común y como el de supervivencia nos indican que debería perdurar en el tiempo.

OTROS SÍNTOMAS QUIZÁS MÁS GRAVES
En la parte más política de este análisis semanal, cabe destacar que el presidente Alberto Fernández presentó a las tres nuevas ministras que vinieron a reemplazar las recientes bajas y sugirió, otra vez, que "empieza una nueva etapa del gobierno", otro claro indicador de que además de esos problemas de diagnóstico que tenemos, hay un grave problema de desconexión con la realidad en el primer mandatario.
Por si quedaba alguna duda, solo hay que escuchar la diatriba autoreferencial que pronunció en el cierre del Coloquio de IDEA. En otra de sus típicas cataratas de disparates que merecerían un análisis pormenorizado por separado, dijo: "debo ser re débil, pero el que afrontó la deuda con el FMI se llama Alberto Fernández, el que afrontó la pandemia se llama Alberto Fernández, el que fue a buscar las vacunas y el que ahora enfrenta las consecuencias de la guerra se llama Alberto Fernández”.
Alguien debería señalar a Alberto Fernández, ya que evidentemente él no puede vislumbrarlo, que la Economía presenta una serie gravísimos síntomas, un síndrome que se agrava día a día debido a la descontrolada emisión monetaria que duplicó el índice de inflación en menos de un año. La economía colapsó debido a la cuarentena más larga e irracional del mundo que él decretó, y que el mismo violó. Y que en esa forma de afrontar la pandemia, muchas de las 130 mil muertes registradas podrían haber sido evitables de haber traído vacunas a tiempo en vez de empecinarse con las vacunas rusas que tardaron en completar los esquemas, o las chinas de dudosa eficacia.